sábado, 19 de noviembre de 2016

Los días malos

Los dias malos. Relato corto
  
Hay días malos, muy malos. Días en los que no recibes ninguna buena noticia y las piedras en tu camino parecen crecer. Se diría que esos días no tienen fin, ni noche que los detenga. Es como si estuviéramos atrapados en un callejón sin salida, en un laberinto infernal que te pierde más y más mientras te vas adentrando en el. Cuánto más luchas por salir, más profundo caes. Es igual que sacar un barco a la mar con el viento en contra, o tirar mierda delante de un ventilador.
     Ciertos días, pensaba, no tenían que haber amanecido, ni ciertas horas tragarse las manecillas del reloj. Y además se clonan en otros días aciagos, tal cual el de la marmota que repite las mismas escenas absurdas y sin sentido en un ciclo sin final. Sí; la desesperación existe y los momentos de desamparo en los que ni amigos, ni familia parecen consolar. No podría justificar la razón de la existencia de estos días con los entresijos de una complicada filosofía poco creíble y mucho menos aceptable. En realidad nadie sabe por qué tenemos que pasar por días así. Ni tampoco me importa.

     El río mecía sus aguas grises con serenidad, paseando la corriente con un sonido grave, casi sordo.
     –Sólo te queda la muerte –oyó decir por detrás.
     –No puede ser, no estoy preparada y tengo demasiado miedo para morir.
     –Entonces mira el agua; será lo último que veas.
     Una brisa de aire frío le acarició la nuca, más que viento era como la bocanada que sale de un congelador al abrir la puerta. Entonces se giró un poco hacia la izquierda y atisbó una masa gris, o del color horrible que fuese. Un olor intenso emanaba del mismo lado, parecido al de las almendras amargas, pero no supo reconocerlo. Durante un segundo le alivió la idea de pensar que todo podía ser un sueño.
     –¡Mira al agua! –gritó la voz con autoridad.
     –"Y ahora es cuando me va a empujar." – pensó.
     Quiso salir corriendo pero sintió los pies pesados, como pegados a la tierra. Quiso gritar y no le salía la voz. Fijó los ojos en el agua que parecía una masa movediza de tierra sucia. Deseó hundirse en ella y que aquel polvo le ahogara la respiración. El murmullo de la corriente se hizo más agudo y en la superficie vio venir flotando unos pies. Tras los pies aparecieron las piernas y el vestido pegado al cuerpo rígido que conocía tan bien. El rostro con el rictus tenso, las manos finas, crispadas y cruzadas sobre el vientre. La mujer la miró y le dijo:
     –¡Niña! ¿Qué haces aquí?
     La reprendió como cuando tenía cinco años, con la mirada amenazante y la misma entonación de antes del castigo, aunque en el fondo había detectado un ligero matiz protector. Tras la voz militar reconoció que podía haber cariño y cuando se disponía a responderle, su cabeza desapareció en la oscuridad.
     –¡Vuelve! –gritó– ¡tengo tanto que decirte!
     –Ella lo sabe todo –oyó decir aún por detrás.
     –¿Quién eres y qué quieres de mi? –le dijo sin volverse.
     –¿Para qué te serviría conocer mi nombre? Si te dijera quién soy yo, ni tú misma lo creerías. Dejemos las cosas como están.
     –Eres... tú eres...
     –No lo pronuncies. El día que lo hayas hecho no volverás a este lugar, ni a ningún otro que hayas conocido.
     Ella prestaba atención a cada palabra. Una vibración metálica sobresalía al final de cada frase y trataba de imaginar qué rostro podía corresponder a una voz así. Pensar en ello le daba dolor de cabeza y una angustia en el pecho dífícil de soportar, así que trató de concentrarse en lo que escuchaba sin relacionarlo con ninguna imagen.
     –Mira el agua –le dijo otra vez.
     Y entonces se hicieron remolinos que se tragaban los barcos de horasjasca perdidos en el río y la suciedad. Ahora con la mente vacía, la voz le resonaba claramente dentro de la cabeza.
     –Observa el agua del riachuelo: va abriéndose camino entre la basura y las piedras, y termina atravesando el valle de la sombra de muerte. Es más fácil fluir que ir levantando cada roca del camino y pateando la suciedad. Fluir es aceptar y avanzar con lo que tienes. La locura es seguir adelante con la ceguera de la furia atizada por el rencor. El agua, que parece débil, puede llegar a donde quiera si no se detiene. Además, sabe que el día malo también se acabará, y puede que antes de lo que tú piensas.
     Las palabras surtían de su propio intelecto y le produjeron un consuelo tan grande que ya no le importaba morir y casi deseaba echarse en los brazos de aquella cosa informe y gris.
     –¡Llévame contigo! –le gritó.
     –No puedes, ahora no puedes, tendrías que parar el mundo y eso aún no lo sabes hacer.
     –No tengo ni idea de lo que significa eso.
     –Acepta el día malo y lo aprenderás.
     –Si lo acepto y lo aprendo y todo lo demás ¿podría irme contigo?
     –No. Yo no puedo decidir eso por ti; hoy estoy aquí porque tú me has llamado. Venir es todo lo que puedo hacer. Además, tienes que aceptar el día bueno, eso también lo aprenderás.
     –Si mis días fueran buenos, entonces no te habría llamado.
     –Cuando estés lista para la última danza, entonces me llamarás.
 

sábado, 23 de enero de 2016

El Derecho a Mentir - ¿Se puede mentir por amor?


Qué es mentir

Mentir es un interpretación no premeditada de la realidad que puede ayudar a cambiar el curso de las cosas en un momento dado.

Cuál es la diferencia entre mentir y engañar

Cuando la mentira se desarrolla de manera premeditada para perjuicio de otros, entonces se produce el engaño. Fíjate en que a la muleta que esconde la espada que matará al toro se le llama engaño. Es un engaño si alguien se queda con tu dinero o te hace daño haciéndote creer una mentira u ocultando una verdad importante.
El engaño puede llegar a convertirse en un hábito compulsivo llegando a la mitomanía, puede que para agradar a los demás o conseguir ciertos objetivos.
Pero recrear una situación de otra manera, callar algo que haría más mal que bien, o adoptar una actitud o personalidad que no sea la habitual para ayudarnos a cambiar y salir adelante, podría considerarse simplemente como mentir.

Mentir para reinventar el pasado

El pasado no existe. Al menos en el presente; son sólo imágenes y recuerdos que vamos modelando en nuestro interior cada vez que intentamos revivirlo. En cada ocasión lo vamos recreando aportando una emoción nueva, según nuestra conveniencia. Y hay quienes resucitan el pasado histórico con la intención de manipular el ánimo de la gente, volviendo a perder la misma guerra hasta la saciedad.
Exagerar un aspecto del pasado sería mentir, tanto como si exageramos algún otro. Entonces, ¿por qué no exagerar el aspecto que nos sirve mejor? No me interesa estar siempre perdiendo la misma guerra; quiero pensar que si el bando perdedor es mi favorito, bajo mi punto de vista ya la ganaron sólo por intentarlo. Para mi son los héroes que firmaron con su sangre un pacto para la eternidad. Son guerreros que brillan en el firmamento de la historia por su nobleza y su impecabilidad. Son guerreros de la palabra o de la intención, y puede que arriesgando la vida, entregados a una causa trascendental, dispuestos a dejar en el camino lo que fuera necesario.

Pero revivir las viejas injusticias que alimentan la cólera colectiva, sólo sirve para destruir y crear más injusticias, y más dolor,  veces peor que el evento que lo originó.
Muchos pensamientos habituales son auto aprendidos: los adoptamos porque un día oímos a alguien decirlo, o lo leímos en cualquier parte y decidimos subirnos al carro de la razón colectiva. Y si la razón colectiva es tóxica, nos llevará por un viaje de amargura, necesidad y dolor constantes que nos irá creando un pedrolo en la chepa, del que desgraciadamente algunos sólo se separan antes del viaje final.

¿Mentirse a sí mismo es un autoengaño?

Yo considero que vivir la vida de otro es la forma de autoengaño más grande que pueda existir. Y cuando pasamos la vida contemplándola a través de la caja boba (la televisión, Facebook y otros inventos funestos), entonces estamos renunciando al poder de crear nuestra propia verdad, modelando nuestra realidad libremente.
La caja boba sabe que el instinto tribal de pertenencia a un grupo, es una necesidad patente en nosotros, por eso lo utiliza para envolvernos en su red. Y si no reinventamos el pasado, la caja boba lo hará por nosotros. Date el permiso de cambiar tu percepción de la realidad, a veces es la única alternativa para obtener la paz contigo mismo; recuerda que nuestro tránsito por aquí es muy corto, por eso para mí cualquier mecanismo que nos ayude a liberarnos es válido, siempre y cuando sea en beneficio de todos.

Liberando la culpa

El remordimiento es una trampa mortal, generalmente basado en una mentira, o en nuestra percepción imaginaria de algo que sucedió hace mucho tiempo. Y a veces las víctimas pueden sentirse más culpables que los propios verdugos, al identificarse demasiado con lo que pasó.  Por eso es tan necesario reinventar el pasado, y si no puedes reinventarlo, olvídate de el pues de todas formas no existe y si lo resucitas te estará robando lo único que realmente tienes: el ahora.

Mentir por amor

Mentir sin premeditación malévola, es un acto de amor primero hacia sí mismo, en circunstancias que lo requieran, no como una costumbre para eludir nuestras responsabilidades.
Supongamos que estás en un momento difícil de la vida, o simplemente deseando un cambio de actitud importante. Esta nueva actitud aún no la tienes, pero la adoptas para que forme parte de ti. ¿Te estás mintiendo a ti mismo? Puede que en un principio sí, pero es necesario y en todo caso es mejor que perder una bella oportunidad o hundirse en una depresión. A veces necesitamos ese punto de arranque para vencer la inercia y salir de la oscuridad. Es esa “mentira” la que nos ayuda a tomar la decisión de salir adelante, convirtiéndose finalmente en una verdad.

Mentir para ayudar a los demás

Un amigo muy querido de la infancia venía todos los días a casa a jugar después de la escuela. Al cabo de unos días mi hijo se dio cuenta de que le faltaba un muñequito pequeño que formaba parte de una colección. No cabía duda: su amiguito se lo había llevado.
El dilema consistía en que si acusábamos directamente a su amiguito de haberlo robado, probablemente su madre lo castigaría y no vendría a casa nunca más. Y nosotros lo queríamos, lo considerábamos un niño bueno y queríamos que volviera. Entonces le dije a mi hijo:
-Dile a tu amiguito cuando te pregunte si puede venir a casa que no puede, pues tu madre te ha castigado hasta que no encuentres el juguete que falta en la colección.
El niño confesó llorando que lo había cogido y prometió que lo devolvería y que no lo haría nunca más. El pequeño volvió y enseguida olvidamos la historia. Tenían siete u ocho años, han pasado ya veinte años y aún conservan la amistad.
Esta es una historia muy simple, pero que ilustra el principio directamente: la justicia hubiera partido el bebé por la mitad, destruyéndolo, la misericordia llega mucho más lejos.

La vida y los libros de ficción están llenos de estas historias, como la de Jean Valjean, del libro de Victor Hugo “Los miserables”, en donde encontramos un estupendo ejemplo de mentira piadosa.
Valjean pasa diecinueve años en prisión por haber roto el escaparate de una panadería y robar unos panecillos para alimentar a su familia. La pena que cumple es demasiado severa, agravada por los sucesivos intentos de fuga. Cuando por fin sale de la prisión llega a un pueblecito en donde sólo un humilde obispo le acepta, ofreciéndole cobijo y comida, pero Jean Valjean se escapa durante la noche con la cubertería de plata del obispo. La policía lo atrapa y cuando lo llevan delante del obispo, éste dice:
-Este hombre no ha robado nada, yo mismo le he regalado la cubertería de plata que lleva para que comience una nueva vida y por cierto, se le han olvidado estos dos candelabros.
Este gesto del obispo convirtió a Jean en otro hombre, llenándolo de agradecimiento y de esperanza, y todo comenzó por una mentira, un gesto que sustituye la justicia por la misericordia. La justicia, sedienta de equilibrio inmediato, te hace pagar lo que hiciste pero no lo repara, para repararlo necesitas la oportunidad.